-Todavía no sé qué hago aquí, se
nota que te gusta malgastar el dinero en mierdas, mamá- dije mientras ésta
paraba el coche en la puerta del edificio para que bajara.- No sé porque tengo
que venir, sabes que no estoy loca.
-Ya lo sé, cariño- dijo cogiendo
el bolso y saliendo del coche junto a mí.- Y no te he traído aquí porqué estés
loca. Ya sabes que necesitas ayuda.
-No necesito ayuda, he estado 17
años de mi vida viviendo así, y ¿ahora quieres que alguien desconocido me
ayude?- nos dirigimos a la puerta.- Además, este psicólogo no es si privado,
no, es público, claro, como si yo quisiera compartir mis problemas con gente
que no conozco de nada, sabes...
-Bueno, cállate ya. Entra. Cuando
salgas llámame y te paso a buscar.- Iba a replicar pero ella me calló.- Ni una
palabra más, ________. Te vas a quedar, y punto. Me da igual lo que pienses.-
Antes de girarse me dio un beso en la mejilla y se fue hacia el coche.- Te
quiero.
Asentí y entré por la puerta del
edificio blanco.
Preguntaréis, ¿por qué se queja
tanto? Su madre solo la intenta ayudar. O tal vez os preguntéis, ¿por qué tiene
que ir a un psicólogo? Bueno, pues según mi madre necesito terapia, porque no
tengo amigos. Pero vamos, ni que fuera algo nuevo. Desde que tengo uso de la
razón he sido una marginada, pasaba por los pasillos y me ponían el pie para
que me tropezara, ah, y nunca faltaba el típico chicle que me tiraban a la
cabeza en horas de clase. Hubo un año que me pensé que me quedaría calva de
tanto pelo que me corté.
Bueno, a lo que iba. Llevo desde
que soy pequeña recibiendo los mismos tratos, y ahora que tengo 17 años mi
madre decide llevarme a un psicólogo, ahora que ya estoy acabando el curso. Y
lo mejor, es que es un psicólogo público, ¿sabéis las típicas reuniones de
alcohólicos anónimos? Pues lo mismo, pero con adolescentes frustrados y con
problemas. La verdad es que no me entusiasmaba mucho compartir mis problemas
con desconocidos.
Me dirigí al mostrador. Había una
chica de unos veinte y algo sentada. Cuando me escuchó llegar dirigió su mirada
a mí y me sonrió.
-Hola, ¿qué necesitas?- me
preguntó.
-Hola, mi nombre está en la
lista, soy _________ Levinson.- Miró en la lista buscando mi nombre, y cuando
lo encontró me volvió a mirar.
-¿Estás aquí por las reuniones de
psicología?- "¿Qué no lo ves? ¿Qué más mierdas se hacen en este edificio?
Estúpida." Esos fueron mis pensamientos mientras asentía lentamente.- Perfecto,
puerta 14.- Me dio una pegatina y me la pegué en la camiseta mientras me
dirigía a la puerta 14.
Piqué a la puerta y la abrí
lentamente. Vi que se había formado una redonda en la sala con sillas, y en
ellas habían diferentes personas de mi edad sentadas. Escuché la voz de una
mujer.
-Buenas, puedes pasar.- La miré y
me sonrió. Le sonreí de vuelta y me dirigí a una de las sillas. A mi lado había
una chica.
Me pude fijar que tenía un pelo
largo pelirrojo recogido en una coleta. Su piel era fina y blanca. Miré a mí
alrededor y me fijé en la que supuse que era la psicóloga. La examiné. Tenía el
pelo castaño, tirando a rubio, recogido en un moño perfecto. Llevaba unas
pequeñas gafas que se aguantaban en su pequeña nariz. Debería tener unos
treinta y pocos. Tenía las piernas cruzadas y apuntaba algo en su libreta,
moviendo el bolígrafo lentamente. Sé lo que estáis pensando: "¿por qué se
fija tanto?" No preguntéis, solo soy detallista.
Pasaron unos 10 minutos y las
sillas se iban llenando, pero todavía quedaba una vacía. Miré a la psicóloga y
hablé.
-Perdón, pero ¿cuándo
empezaremos? Han pasado como 15 minutos desde que las sillas están llenas menos
esa- la señalé.- Porque la persona que se sienta ahí pierda 5 minutos de la
sesión no pasa nada ¿no? Digo, que aprenda a ser puntual.- La psicóloga me miró
y me sonrió mientras asentía.
-Bien, me llamó Marie, y os voy a
intentar ayudar en todo lo que pueda con los problemas que tengáis. Si os
sentís incómodos en algún momento y me queréis decir algo en privado, podéis
hacerlo cuando acabe la sesión.- Todos asentimos.- De acuerdo, vamos a em...-El
sonido de la puerta la interrumpió para dar paso a un chico.- Oh, bienvenido,
siéntate en esa silla.- Le señaló la silla que había libre y él asintió y se
dirigió a ella.
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